domingo, 23 de agosto de 2009

Trilogia.


El Padrino I, II y III... las estuve revisando en el curso de estos días y he rescatado las siguientes frases:


1) Mantente cerca de tus amigos y más aún de tus enemigos


2) Tus enemigos se alimentan de lo que abandonas


3) Nunca digas lo que piensas


4) Si piensas como los que te rodean, todo es posible


y creo a mi juicio una de las más importantes;


5) Nunca odies a tus enemigos, afecta tu juicio.

martes, 24 de marzo de 2009

Bruce Lee


李小龍 Bruce Lee conocido como el más grande artemarcialista del siglo XX (nació el 27 de noviembre de 1940 en San Francisco, California y falleció el 20 de julio de 1973 en Hong Kong) fue un artista marcial y actor estadounidense de origen chino, quizá el máximo exponente de las artes marciales que ha conocido el mundo, no sólo por la fama de haber sido prácticamente invencible (oficialmente Bruce Lee nunca fue derrotado) sino por el pensamiento revolucionario que introdujo en la disciplina a la cual dedicó su vida. Bruce Lee fue un filósofo y pensador aplicado a su arte; estudió el pensamiento filosófico de los sabios taoístas como Lao-Tsé y Chuang-Tsé, y se graduó en filosofía en la Universidad de Washington donde se interesó especialmente por el pensamiento de Hegel, Marx, Krishnamurti y Spinoza entre otros, estudió formalmente Wing Chun Kung Fu desde su adolescencia y luego creó su propio "estilo" de arte marcial, el Jeet Kune Do (JKD) o "el camino del puño interceptor" del cual siempre pregonaba que no se lo debía tomar como un simple "estilo" o "método" más entre los tantos existentes. Sus películas, entrevistas y principalmente su carisma e influencia, contagiaron y extendieron el auge de la pasión por las artes marciales por todo Occidente, generando una ola de seguidores a través de todo el mundo. Su imagen, a más de 35 años de su muerte aún perdura en el tiempo y ha quedado en la historia como el gran mito de las artes marciales

Almohada


Había una vez… un hombre, que no se parecía a los hombres normales.


Medía casi 2 mts. Y medio de alto y estaba totalmente hecho de almohadas esponjosas color rosa; sus brazos eran almohadas, sus piernas eran almohadas y su cuerpo era una almohada. Sus dedos eran pequeñas almohaditas y su cabeza era una gran almohada redonda. Sus ojos eran como dos botones y su boca era grande y sonriente. Hasta se le podían ver los dientes, que también eran pequeñas almohaditas blancas.


Bien, el hombre almohada tenía que verse suave y seguro porque su trabajo era muy triste y difícil…


En los momentos en los que alguna persona estaba muy triste porque había tenido una vida atroz y solo quería terminar con ella; sólo quería quitarse la vida para así deshacerse del dolor, con una hoja de afeitar, con una bala, inhalando gas, o saltando de algún lugar muy alto … Exactamente en ese momento, el hombre almohada lo encontraba, se sentaba a su lado, lo abrazaba suavemente, y le decía: -“Espera un momento”- y extrañamente el hombre almohada volvía el tiempo atrás, cuando esa persona era apenas un niño y la vida horrorosa que iba a tener aún no había empezado.


El trabajo del hombre almohada era hacer que ese niño o niña se suicidara, y así evitar los años de dolor que los llevaría, de todos modos, al mismo lugar: frente a un horno, frente a una pistola, frente a un lago.


-“¡Pero nunca escuché de un niño suicidándose!”- podrían decir. Bueno, el hombre almohada siempre sugería que lo hicieran de una manera que se viera como un trágico accidente: les mostraba el frasco de pastillas que se veían como caramelos, les mostraba el lugar del río donde el hielo era más frágil, les mostraba la bolsa de plástico que no tenía agujeros para respirar y exactamente como ajustarla…


Pero no todos los niños querían seguir al hombre almohada. Hubo una niña, muy alegre, quien realmente no creyó cuando éste le dijo que su vida podría ser horrible, que su vida sería así… Entonces lo echó y el hombre almohada se fue llorando a mares.


A la noche siguiente la niña escuchó un golpe en la puerta de su habitación y dijo –“¡Ándate hombre almohada, te he dicho que soy feliz, siempre he sido feliz y siempre seré feliz!”- Pero no era el hombre almohada. Era otro hombre y su mamá no estaba en casa. Y este hombre la visitaba cada vez que su mamá no estaba… Tiempo después ella se puso muy triste, y cuando tenía veintiún años y estaba sentada frente al horno a punto de suicidarse, le dijo al hombre almohada: - “¿Por qué no trataste de convencerme?”- Y él le respondió – “Traté de convencerte, pero eras demasiado feliz”- Y la niña, mientras encendió el gas, gritó lo más fuerte que pudo: -“¡Yo nunca he sido feliz!”-


Cuando el hombre almohada tenía éxito en su trabajo, un niño moría de forma horrible. Y cuando el hombre almohada no tenía éxito, un niño tendría una horrible vida, crecería, sería un adulto que tendría una vida horrible, y moriría de forma horrible. Por esta razón, el hombre almohada lloraba todo el día.


Fue así que decidió hacer su último trabajo: cargó una pequeña lata de nafta y fue hasta un hermoso arroyo que él recordaba de cuando era niño. Cuando llegó, se sentó bajo un árbol y descubrió que a su alrededor había un montón de juguetes; un autito, un perrito de juguete y un kaleidoscopio. Cerca de allí había una casa rodante y el hombre almohada escuchó la voz de un niño que decía: -“Voy a salir a jugar, mamá”- y la mamá le dijo: -“No vuelvas tarde para tu merienda, hijo”- “No, mamá”-, respondió el niño. El hombre almohada escuchó pasitos que se acercaban… Pero no eran de un niño, eran de un pequeño niño almohada que dijo: -“Hola”- y el hombre almohada dijo: -“Hola”-. Los dos se sentaron bajo el árbol y jugaron un rato con los juguetes… El hombre almohada le contó sobre su trabajo triste y los niños muertos. El pequeño niño almohada entendió enseguida, porque él era un niño muy feliz, y sólo quería ayudar a la gente. Y sin decir una palabra más, el niño almohada se echó encima la lata de nafta y el hombre almohada dijo: -“Gracias”-, el niño almohada dijo: -“No hay problema. Le contas a mi mamá que no voy a volver a tomar el té”- y el hombre almohada dijo mintiendo: -“Sí, por supuesto”-. El niño almohada encendió un fósforo, y el hombre almohada se sentó allí viendo como el niño se quemaba. El hombre almohada, empezó a desvanecerse y lo último que vio fue la boca feliz y sonriente del niño almohada. Lo último que escuchó fue algo que ni siquiera había contemplado. Los gritos de cientos de miles de niños a quienes él había ayudado a suicidarse, volviendo a la vida y teniendo que seguir adelante con sus frías y desdichadas vidas porque él no había estado allí para prevenirlos. Hasta escuchó los gritos de sus muertes, tristemente autoinflingidos, que esta vez, claro, iban a tener que cometer completamente solos.